lunes, 26 de marzo de 2012

LOS PERDIDOS

Por V.




Y en ese entonces ni teléfonos móviles, lo primero que apremió fue la sed, y el sentido de estar lo más perdidos que siempre en medio de esa montaña, y tan pequeña que se miraba desde la inmensidad pero que va, rodeamos la cienága, saltamos de piedra en piedra, nos encomendamos a alguna musa (la mía con trenzas). Luego divisamos una cabaña donde suplicamos agua antes que orientación, resultó que en lugar de bajar ibámos subiendo y corregimos a tiempo nuestro rumbo, erámos seis los perdidos y en el pecho solo apretaba una culpa y era habernos creído capaces. Fue cuando llegamos a un lugar conocido y sonreímos por entender lo cerca que estuvimos siempre del camino correcto, luego pensamos en que la vida no iba a ser distinta de esa montaña y que solo necesitabámos seguir sin detenernos un instante para alcanzar la cima ó de paso el camino que nos llevaría a casa.