Toda voluntad es sacrificada por el sistema educativo, las letras atadas, la hora magistral, el pizarrón y el pupitre, el horario ajustado, los apuntes que resume la voz petulante de alguien que se precia de saber aunque no de hacer lo conveniente; el hábito de obedecer, de conceder la razón de evaluar y preguntar lo inaudito, lo exagerado y luego de todo nos queda la duda del para qué estudiamos.