Queremos saber siempre, pero es escasa nuestra intención de cursar una exhaustiva investigación, no hay tiempo y sin embargo siempre estamos ideando la forma de confortarnos con lo que sabemos.
El ego no se llena con intenciones, el yo es muy orgulloso y estima conveniente llamar la atención. No hay demasiada precaución en ello, hacemos del dictado del mundo una tarea, el humano gasta en promedio los primeros veinte años de su vida en adaptarse a un medio creado artificialmente, el conocimiento es arraigado, inyectado, aplicado, y es así como aprender a escribir, a llevarse bien con los demás, e incluso a mentir se convierte en necesidad.
Así absorbiendo una cultura magistral podemos darnos también a entender, lo paradójico es que para la muerte no exista una clase de cultura, y resulte que tampoco es que sabemos mucho de la vida y que tengamos una precaución odiosa hacia lo que desconocemos.