Nos equivocamos con los deseos, o mejor no sabemos formularlos. Pedimos vida pero renegamos del dolor. Y quizá el ser humano tienda al descontento cuando haya logrado una marginal vejez, pero llena de padecimiento y descontento. Quizá sea que cuando ya no pueda ni siquiera comunicar su deseo y este encerrado su voluntad ya no sea más postergar la vida sino codiciar la tranquilidad de la muerte.
Mérito propio de quien solía decir en los años sesenta "vive rápido, muere joven..." quizá con la perspectiva de que más allá los años ya pesan y también el grado de desconcierto al mirar con nostalgia como todo se va transformando; y la oda fundamental del mundo actual valora lo nuevo, y entonces se desencadena un intento por atarse a algo, acción vana porque se trata más bien de lograr el desapego y la paciencia hasta cuando los ánimos mengüen y el rostro oscuro de la nada se presente como posibilidad de ya no relacionarse con asuntos de este mundo.