Por: Alejandra Erazo Vega
Ningún abanico, ningún aire, ni un papelito para espantar el calor de los cuarenta grados centígrados en esa iglesia, llega el novio y comienza su marcha nupcial, mira constantemente su reloj y quiere distraer a la gente con su risa, sin saber que muchas mujeres han descubierto sus ojeras y su hálito a alcohol y depronto de sexo sin culpa cortesía de la dichosa tradición de despedida de soltero. Llega la novia y el cuadro se completa con el llanto de aquellas que alguna vez estuvieron así, vestidas y alborotadas; y el calor hace que hasta el más valiente sude; el Cura ha dispuesto un ventilador atrás del atrio cuyo viento juega con los manteles y no llega el fresco a ninguna parte. Los expectadores se preguntan cómo estará la novia, disfrazada por el velo y en un mar de encajes. Dicen los rumores que a esa pareja le restaba casarse, como si todo fuese absoluto, perfecto. El acto comienza y comienzo a dudar si a los floreros les queda agua, el calor es insoportable y el Señor Cura se salta las palabras para ir a aproximar el ventilador a todo lo que el cable da, pero su intención se ve truncada porque el velón se ha volcado y se ha iniciado un incendio, más calor, pero es el pretexto perfecto para que la gente grite y salga corriendo; y la ceremonia se aplace hasta que el fuego sea apagado; afuera los niños se divierten con el agua de la fuente, los mayores compraron helados y los novios impacientes tratan de convencerse de que toda va a salir bien.