Por: Yania
Con el análisis factorial de que la mujer desde la edad de piedra se dedicó al hogar y el hombre era el cazador y recolector se está definiendo el espacio que ocupaba la mujer en eras históricas. A pesar de la evolución y de todo tipo de cambios hoy en día el hogar aún está a cargo de la mujer y pese a que la notable liberación femenina supuso la utilización de pantalones ajustados, la elección del sujetador y la inclusión de la moda en las toallas higiénicas y tampones, el dilema yace en que aún la mujer se somete a la esperanza de ser deseada, de crear un hogar y esperar "paradójicamente" a que el macho salga a cazar.
Pero lo alarmante estriba en que el matrimonio, aquel contrato fundado para legalizar la relación surte como una formalización de derechos intrínsecos, pero ninguno de los postulantes entiende a ciencia cierta a que se obliga y entonces el vínculo se torna en que el macho tiene potestad sobre las libertades de la mujer; la mujer tiene pertenencia sobre el macho y aún si existen las capitulaciones la sociedad conyugal distribuye de la mejor forma posible su patrimonio.
El machismo y el feminismo no son fenómenos de hoy, ambos términos postulan extremos que exaltan virtudes de uno y otro sexo, en el tiempo el amor ha sido el equilibrio. Pero todo converge en el caso de que el macho debe procurar una vivienda, la alimentación, vestido y demás "gustos ó antojos" que su par requiera, la mujer a su vez procura al macho satisfacción y la posibilidad de formar una familia. Bien se diría que hoy los papeles se han atenuado, los mitos han caído, el acuerdo matrimonial no asegura la fidelidad, ni la felicidad, tampoco garantiza libertades ni legaliza pertenencia.
Al parecer el amor va más allá del sentimiento como tal, la Ley, los comerciantes, la Iglesia, todos estíman que una pareja ha de evolucionar hacia el matrimonio, vale entonces preguntarse si nos están utilizando y si como sujetos entendemos claramente a qué nos obligamos al casarnos, al divorciarnos y al optar por vivir en unión libre.