Con el agravante de haber sido diagnosticada como "compradora compulsiva" esta vez salvo el honor visitando una zona desconocida, sin ver siquiera mucho las vitrinas me impacta una supuesta tienda de video pero que resulto siendo un Sex Shop; como la curiosidad puede pervertir, me halló acorralada por una doncella de esas que te intentan vender el surtido completo, pero que ante la emotiva frase de "solo estoy viendo" desaparece tras de su mostrador y se ocupa mientras espía otros asuntos. Pese a todo me causa desazón tantos objetos que deberían tener un verdadero manual, a lo sumo cuando miras un remedo de órgano sexual masculino piensas si existirá tal tamaño; en vano trato no reír cuando recuerdo que en el Liceo donde estudié algún día a una de las monjas se le escapó un dispositivo de esos y luego dijo que era un velón. Recuerdo también cuando en un intento por salvar la relación con mi compañero de cama decidimos ver un catálogo de juguetes eróticos y me incliné por un vibrador que parecia un pintalabios; con la mala fortuna que cuando llego el envio por correo ya había dejado de estar con ese compañero de cama, el dichoso juguete fue a parar al fondo del cajón hasta cuando un día cualquiera se me antoje un masaje íntimo.