Comité Experimental
Por: Miguel
Debíste llevar el acelerador hasta el fondo, sin afán, solo con el propósito de irte a alcanzar el más allá. Por eso no aprendo a manejar porque sé que algún día quiero conocer la velocidad máxima. Sería quizá que quisiste sentir lo que sintieron Albert Camus, Gonzalo Arango, y otros literatos (ó Kowalski), bonito ir rodando y de repente ¡zas! colapsar. Según las autoridades fue una carrera suicida. Pero los que te conocimos declaramos que todo había sido una trampa, cómo, a nuestro parecer alguien que tiene suficiente para vivir dos veces esta vida quiere irse. Lo que sí causa impacto fue el cómo la medallita que estaba en tu cuello fue a volar entre árboles y selva y a terminar colgada de una rama meciéndose marcando tu recinto infinito.
En el camino de la vida a veces hay quien se estrella, quien se va contra el mundo y desaparece, y para no hacer llorar a los niños decímos que esas almas se convierten en estrellas, emergen de sus cuerpos a velocidades que los humanos no podemos ver. La vida te da esas sorpresas tan fatales que suenan a mentira, a sueño, a fantasía, y cuando retornas a la realidad, te consuelas con metáforas, sintiendo que la cuenta regresiva para tí ha comenzado desde antes que nacieras, la vida es un suicidio lento.
La ebriedad calma los nervios, pero la valentía hace también llorar y pegado al ferétro deseo haber estado en ese auto, a tu lado, dispuesto a resolver cualquier destino, y ahora quiero él venga por mí, pero no es mí hora, ni lugar, miró las velas, los ojos vidriosos de cuántos allí están y juro con soberbia que la próxima vez será.