Academia de Arte ADA
Por: Luzmy
Hipócrates quizá no sufrió en carne propia el dolor, menos el tener a alguien querido en un hospital con diágnostico de tal gravedad que se precisa una sala de cuidados intensivos y la presencia de varios especialistas que se inclinan por evadir cualquier pregunta y solo dicen que el pronóstico es reservado. Y allí es preciso entonces tomarse en serio los derechos del paciente y se recuerda la dignidad al tomar la decisión en procura de evitar el sufrimiento de la persona. Entonces opera el consentimiento informado, un papelito en el que te haces responsable de tomar decisiones y escoger por la persona la mejor opción, pero en medio de todo ese espectáculo con olor a amoníaco, con edificios y vestidos blancos, con aparejos de sondas y sensores y sonidos erráticos de dolor y auxilio, en medio de un sin fin de formas y firmas y puertas que se cierran y camillas que ruedan con afán y afuera las sirenas y los pacientes y los enfermos que riñen con los asistentes, el rechinar de sillas de ruedas, a lado alguien que trata de leer un aviso y alguien más que trata de disimular la tristeza hasta que se apaga la esperanza y entonces si se escapa el llanto y de inmediato se abrazan, otros felices de que todo haya ido bien por el momento, entre una y otra pared uno que nace y otro que entrega la vida, uno que agoníza y otro que dió positivo para continuar. Maravilla la vida que da para todo hasta para morirse.